Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
Que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
Coronado de áureo yelmo de ilusión;
Que nadie ha podido vencer todavía,
Por la adarga al brazo, toda fantasía,
Y la lanza en ristre, todo corazón.
De tantas tristezas, de dolores tantos,
De los superhombres de Nietzsche, de cantos
Áfonos, recetas que firma un doctor,
De las epidemias de horribles blasfemias,
De las Academias,
Líbranos, señor.
Rubén Darío
-Roger, no sé dónde estás, pero siempre tendré un recuerdo indeleble de ti, de tu personalidad, de tu forma de transmitir conocimientos. Eras muy sencillo, asequible. Siempre atendías las preguntas de tus alumnos, aunque no estuvieras dando clase. Eras una persona muy afable, lo que hacía que tus discípulos pusieran más atención, si cupiese, a tus clases. Nunca olvidaré que tú me inclinaste para interesarme por la Filosofía, pues, junto a la Ética, eran las asignaturas que impartías en el Institut Duc de Montblanc.
Siempre te tendré presente, cuando van a cumplirse 16 años de tu ausencia.